Objetivo

El objetivo de este Blog es incentivar a los cibernautas a que visiten el Jardín Botánico de Medellín, y con ello a que participen en las diferentes actividades que este propone.

Además, mostramos las maravillosas instalaciones que el Jardín Botánico posee y las diferentes clases de especies de fauna y flora que protege.

lunes, 9 de mayo de 2011

Historia

Los comienzos: Baños del Edén

La historia del Jardín Botánico de Medellín comenzó hace más de un siglo, a finales del s. XIX, cuando los terrenos que hoy ocupamos empezaron a tener vocación recreativa, en lo que entonces era conocido como la casa de baños El Edén. La finca era propiedad de don Víctor Arango y luego, de las hermanas Emilia y Mercedes Arango P., solteras, mayores de edad y vecinas de este distrito, como está consignado en una escritura pública.
La finca era alquilada a familias de una ciudad que entonces tenía 40.000 habitantes. Era una especie de estadero, parecido a los de hoy, reconocido como centro de esparcimiento, a donde llegaban las familias a pasar el rato en los baños, mientras disfrutaban de la gastronomía popular. Un documento de la biblioteca del actual Jardín Botánico cuenta que iban los señores de la Villa en coche o a caballo por el camellón de Bolívar o por la carretera del norte, a tomarse sus copetines con mujeres hermosas y generosas, conversar, hacer negocios y concertar alianzas matrimoniales.
Otros textos compilados por Carlos Mejía Gutiérrez, miembro de la Academia Antioqueña de Historia, describen así la vida social alrededor del baño: de aguas puras y abundantes brotadas en las cercanas colinas de Campo Valdés, disponía la casa de baños El Edén, situada donde hoy queda el Bosque de la Independencia y de propiedad entonces de don Víctor Arango, administrada por otros como José María Arango, quien fabricó allí sin éxito las primeras bebidas gaseosas que antecedieron en las postrimerías del siglo pasado (XIX) a las de Posada Tobón.
El Edén comenzó a decaer cuando se prolongó la ruta del tranvía hasta Bermejal, donde se crearon establecimientos que llamaron más la atención de los anteriores clientes de la casa de baños. Para entonces, ya se empezaba a gestar una nueva etapa en la historia de este terreno. 

El Bosque de la Independencia 

Eran los primeros años del siglo XX. Se acercaba el primer centenario de la Independencia de Antioquia, y la región, encabezada por sus organizaciones civiles y estatales más destacadas, quiso conmemorar la fecha de manera inolvidable. Luego de muchos trámites y consideraciones, sumados a otros acontecimientos que también marcaron el aniversario, la Junta Organizadora de la Celebración del Centenario y la Sociedad de Mejoras Públicas de Medellín logran que el gobierno nacional - en ese momento Carlos E. Restrepo era Presidente de la República- diera un auxilio de $15.000, de los cuales $5.000 fueron destinados a los gastos de celebración y $10.000 se trasladaron a la Sociedad de Mejoras Públicas para la compra del terreno en el que se crearía un nuevo bosque para Medellín. No se concibió sólo como parque de diversiones, sino también como pulmón que protegiese las especies botánicas de la región y como bien lo expresa un escrito aparecido en el libro Cien años haciendo Historia, de la SMP, ni siquiera se trató de salvar un bosque ya existente, sino que a partir de un potrero, se erigió un apretado y frondoso bosque.
Cuentan los relatos de la época que, sin perder un minuto, Ricardo Greffestein, Presidente de la Sociedad, inició la búsqueda de un lote adecuado para materializar el proyecto. Después de considerar varias opciones, determinó que el sitio ideal era la finca El Edén, por su extensión y por sus abundantes aguas propias. Pronto se hizo la negociación con las hermanas Arango.
Los nombres de Ricardo Greffestein y Leocadio Arango se destacan junto al de otros personajes que comienzan a trabajar intensamente por hacer que ese ideal pudiera concretarse. Las vicisitudes fueron muchas y diversas, pero junto a ellas, comienzan a darse también los resultados. Así, el 11 de agosto de 1913 se crea el Bosque Centenario de la Independencia, que luego fue conocido como Bosque de la Independencia y, finalmente, sólo como El Bosque.
Al terreno inicial, que más adelante pasó a ser propiedad del Municipio de Medellín, se sumaron otros lotes y fincas aledañas comprados o donados por particulares, hasta configurar un terreno considerable. Y el lugar volvió a convertirse en el epicentro de la actividad recreativa de la ciudad.
Según relatos de la época, surgió allí el primer hipódromo de la ciudad, con una pista doble de carreras de caballos. Aprovechando las aguas existentes, se creó un lago donde los visitantes podían pasear remando en barcas. Cerca se construyó un edificio para el bar, el restaurante y la pista de baile. En lo que hoy es el Salón Restrepo, un sitio de eventos, funcionaba una pista de patinaje. Además el Bosque de la Independencia contaba con vivero, canchas de tenis, trencito, juegos infantiles, un incipiente zoológico y hasta el servicio de venta de animales domésticos (perros y gatos).
Las historias se multiplicaron y se inscribieron en la memoria de los habitantes de la época. El Bosque fue escenario de las celebraciones patrias, sede de competencias náuticas y de pesca, centro de carreras de encostalados y concursos con vara de premios, epicentro de retretas y de representaciones teatrales o folclóricas que se hacían cuando existía la concha acústica. La ciudad entera se encontraba en este sitio, considerado desde entonces como un verdadero espacio público, al que asistían las familias de alta capacidad económica y también las de los trabajadores y obreros. Mientras los niños paseaban en burritas, los adultos se entregaban a otras diversiones, como el baile que comenzaba a la una o dos de la tarde y se prolongaba hasta el anochecer.
Durante cincuenta años el Bosque de la Independencia permitió el entretenimiento de los habitantes de Medellín. Llega entonces la decadencia, sumada al surgimiento de casas de citas en los alrededores, lo que conlleva a la crisis del lugar. Pero hasta entonces, sus 235.000 varas de extensión eran uno de los lugares más apreciados de la ciudad. Como dice uno de los relatos del momento, depositados en la biblioteca actual, puede asegurarse sin temor de errar que es el mejor paseo de la ciudad y en donde mejor se está, porque allí se cura el espíritu de preocupaciones y el organismo descansa de la asfixia a que vive sometido en el centro urbano, donde se sufre de la más lamentable pobreza de jardines públicos y paseos arborizados.

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